Gustavo Sassano, un amigo de nacionalidad argentina, recién preguntó mi opinión sobre si el partido político mexicano conocido por las siglas PRI regresaría al gobierno federal. Las siguientes fueron mis reflexiones al respecto.
Quisiera haber ya completado mis estudios en filosofía política para formarme una opinión adulta sobre un sistema sociopolítico como el mexicano, pero aún no tengo tal opinión. Tan sólo cuento con algunos cálculos ponderados con base en mi sesgada apreciación de la evidencia a mi alcance. Y mi opinión provisional a la fecha, por tanto, no es nada nuevo ni agudo ni exclusivo de México:
La población en general aquí sirve a los propósitos de unos pocos en el poder económico, y los políticos, en su mayoría, son los títeres que bailan al ritmo que les marca ese poder económico. Esto es así pues el sistema sociopolítico y económico está diseñado de origen para tal efecto, aun cuando haya mensajes mesiánicos y propagandísticos de un cambio “verdadero” en realidad mientras el sistema sea el mismo no hay manera de lograr nada distinto. Por lo que calculo que sin importar quien gane esta burla llamada “elecciones democráticas” no tengo base alguna para esperar otra cosa sino más de lo mismo: abuso sistemático.
Con lamentable frecuencia escucho: “Así es el sistema, y no lo vas a cambiar”. ¿Hay bases para creer en tal afirmación? Si quien afirma eso fuese un incansable progresista y luchador social, quien ha intentado por años cambiar el sistema sin lograrlo, entonces quizá haya bases para creerle. Y aun así, tal luchador llegaría a una conclusión distinta y preliminar, una como: “no es posible cambiar el sistema con las estrategias que he intentado hasta ahora”, y no la otra frase derrotista que quizá sólo sea una autojustificación para no mover ni un solo dedo al respecto.
Por otro lado, si quien hace la afirmación lo hace en tono de mucha seguridad es, quizá, debido a que no le conviene ningún cambio en el sistema pues, entre otras muchas razones, quiere evitarse el esfuerzo de pensar y revaluar su cosmovisión. A alguien así no le creo cuando afirma: “así es el sistema, y no lo vas a cambiar”.
El “sistema” —como el conjunto actual de esquemas sociopolíticos y económicos— debe cambiar pues funciona sólo para unos cuantos, como si sólo unos cuantos fuesen herederos del planeta. Pero ¿cómo? Pues cambiando uno mismo, claro; cuestionando mis propias opiniones, cambiándolas o mejorándolas; cambiando o mejorando el proceso por el cual doy forma a mis opiniones. En otras palabras, haciendo uno mismo el intento por salir de mi propio estado de analfabetismo científico y filosófico.
Sospecho que en el sistema hay mucha gente adicta al poder y a tener siempre la razón, como yo, y por tanto somos parte del problema. Lo que pasará el próximo domingo en el asunto electoral me parece irrelevante, pues es asunto de la vida de unos cuantos, principalmente los del poder económico y político; quienes quieren por fuerza incluirnos a los demás pero no por nuestro bien sino debido a que necesitan a las hordas sobre quienes edificar sus egos a punta de liderazgos autoritarios y serviles —que no serviciales—.
¿Es AMLO más de lo mismo?
AMLO es tan sólo un individuo, así como yo, eso implica que la posibilidad de un cambio no está en él sino en mí —claro que quien considera a la manipulación emocional como una opción viable para lograr cambios en los demás no estará de acuerdo con esa frase, pero ese es otro asunto.
He pensado en el típico discurso de algunos seguidores de AMLO, aun en el de los así llamados “intelectuales”. Ejemplos de las frases que abundan: “la única persona en México que se ha dado cuenta...”, “porque es la única, y real opción que tenemos los mexicanos...”, “intachable, incuestionable...”, “si no apoyamos a AMLO está muy difícil la cosa...”, “despertar es apoyar a AMLO, la única opción viable para salvar o rescatar a este país”, “la última llamada para el pueblo...”, “conoce más que nadie este país”, “la única posibilidad real que tenemos ahorita”, ...y muchas más por el estilo.
¿Por qué la insistencia en esperar a un tlatoani para que “ahora sí” ocurra el cambio? ¿Por qué el constante tropezón al arrobarse en la idea de que lo bueno sólo está asociado con una figura mesiánica? ¿Por qué la manipulación propagandística partidista? ¿Por qué aceptar la vulgaridad donde «lo menos peor» se convierte en «la única opción»?
Vemos al enemigo, y es nosotros mismos.
La vulgaridad que referí es aquella cualidad de expresión que en cada materia no remite más que la parte superficial. Y cuando eso superficial se entroniza como “lo más práctico” y “lo más real” es debido a que, quizá, o se tiene una agenda propagandística —a la Goebbels— o es honesta y es realmente lo mejor que se tiene por ofrecer, no se tiene nada más ni nada mejor; en cuyo caso somos un pueblo paupérrimo, esclavo en una celda para la mente: sin futuro ni intelectual ni espiritual.
Sospecho que el grupo de “intelectuales” que apoyan a AMLO son parte de esas pequeñas elites culturales y artísticas, cuyo estilo de vida no es representativo de las condiciones de vida de la gran mayoría de mexicanos; y, por muchos que sean esos así llamados “intelectuales”, no parece que su influencia “intelectual” sea mucha que digamos. La evidencia que tengo para eso es la actitud sectaria y fanática de parte de quienes dicen seguir tanto a AMLO como a esos “intelectuales”: cada vez que he expresado mis perspectivas apartidistas y no acepto sus exageradas afirmaciones del cambio “verdadero” entonces soy excluido y mis perspectivas son reprimidas pues yo no he “abierto mis ojos a la verdad”.
La libre investigación, la reflexión crítica, la indagación con miras a la amplitud y a la profundidad, el escepticismo reflexivo, son ejemplos de facultades relevantes en política, propiamente dicha. Desde mi profundo estado de ignorancia actual observo en el horizonte, en la distancia, esas facultades que ahora admiro y que algún día quisiera ejercer plenamente.
Por otro lado, el remedo de política tan común entre las así llamadas “autoridades” de hoy, evidentemente, no demuestra ser un ejemplo de esas facultades. Por el contrario, a lo que llaman “política” resulta ser, en los hechos, un juego amañado donde ganan los que mejor se ajustan al sistema y mejor doblan la rodilla ante su majestad el dinero. Pero ninguna medida de buena salud puede significar el estar ajustado a un sistema profundamente enfermo; enfermo de poder, de egolatría y de un desenfrenado apetito por tener la razón.
Ya lo hemos escuchado en el pasado, y lo escucharemos de nuevo el domingo, ¡aclamarán que han ganado! Pero...¿qué han ganado si siguen siendo los mismos? Los mismos agentes activos de un sistema enfermo en el cual reina supremo —entre otros fetiches— el culto más exitoso: el culto que adora e idolatra al Señor Dios Todopoderoso Dinero.
La contemplación de una brutal violación quizá nos marcaría de por vida, no podríamos fácilmente olvidar eso para volver a ser los mismos. Así nos debe marcar la contemplación de lo que sucede en el sistema sociopolítico y económico del cual somos una parte. No es difícil darse cuenta, si analizamos con atención, lo que sucede a nuestro alrededor y los criterios por los cuales sucede; por ejemplo, al ver que no pocos niños aprenden las mismas opiniones políticas de los adultos a su alrededor y no son enseñados a cuestionar dichas opiniones.
Cada uno ponderaría la evidencia a su alcance para estimar la real estatura moral de esa minoría que pretende gobernar a los millones en la población general. Por ejemplo, la periodista Jesusa Cervantes tendrá su propia evidencia para publicar un análisis como el siguiente:
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