He dicho ya en otro momento que estos textos son más un diálogo conmigo mismo que un pregón para capturar audiencias. Lo rememoro pues mis pensamientos a continuación giran alrededor de un tema que ha permanecido en mi interés desde hace mucho tiempo, desde la adolescencia y juventud; y, sin embargo, aquel joven que fui no comparte las conclusiones del hombre de hoy. Por eso, este intento por explicar mis conclusiones de ahora, aunque provisionales y provisorias, representa una nostálgica misiva a aquel joven impetuoso que fui. Quizá para demostrarle que el cambio de opinión y el reconocerse distinto —distinto de, incluso, uno mismo en el pasado— puede representar algo de madurez, y que ésta no es un oprobio.
El tema es la Biblia en general, y el cristianismo en particular. Aquel joven afirma categórico que yo, quien no sólo ya no profeso ningún tipo de cristianismo sino que ejerzo una posición crítica ante las tradiciones religiosas abrahámicas, no tengo ningún derecho para interesarme en la Biblia ni mucho menos opinar al respecto. Pero, por mucho entusiasmo, fervor religioso e impoluta sinceridad que tenga ese joven, se equivoca pues la Biblia y el cristianismo es un tema inagotable culturalmente hablando, y concierne a quien reflexione sobre nuestro mundo hoy.
La descuidada creencia de que cristianismo es sinónimo de bondad, y que un no-cristiano automáticamente no puede ser “bueno”, es parte del problema en la cosmovisión de ese joven. Lo que pierde de vista —pues lo desconoce— es que hay más, mucho más, en el cristianismo de lo que nos han dicho “oficialmente”, y que si su interés está en lo positivo del cristianismo, y no sólo en las tradiciones, entonces ese interés podría, optativamente, llevarlo afuera del cristianismo como una forma de liberación de sus grilletes doctrinales y dogmáticos, en búsqueda de diversos y más amplios horizontes de aquello que hay de positivo en el cristianismo —que ya en tal caso la etiqueta “cristiano”, con sus humos de supra-humanidad, pierde su relevancia pues lo que importa es sólo lo humano y lo que a este le ocurre.
La lectura literal e ingenua de la Biblia es otro problema en la cosmovisión religiosa de este joven pues lo restringe a un esquema muy reducido de interpretación, esquema donde la torpeza encuentra un prolífico caldo de cultivo. Un ejemplo paradigmático de este problema se observa en una reacción típica en este joven ante la crítica de su ignorancia: afirma que “Dios prefiere a los incultos y que Dios desprecia a los sabios y entendidos en este mundo.”
Por otro lado, la presunción de haber alcanzado una erudición sobre la Biblia, tal que justifique las mismas descuidadas creencias que ya tenía previo a dicha erudición, representa un problema adicional en la ideología de este joven, quien con su exacerbado entusiasmo quisiera comerse el mundo de un solo bocado. Mientras que la diversidad de opiniones entre los eruditos, en su alta cultura, tan sólo es una de las fuentes de la diversidad en el cristianismo; es decir, presentar a la erudición como sostén de una sola perspectiva es sencillamente la prueba de no contar con esa supuesta erudición pues ésta implica amplitud de miras y no el hábito de obcecar. Por lo que la erudición, también, puede llegar a ser una trampa si se malinterpreta su propósito.
Investigar sobre el trabajo diverso de los eruditos de la Biblia ha sido un factor más en el cambio en mi manera de interpretar el cristianismo, visto en su contexto más amplio dentro de las tradiciones religiosas abrahámicas. El trabajo de los eruditos en relación con la población en general asemeja la relación, durante la época navideña, entre padres de familia, sus infantes hijos y los regalos que aparecen en la mañana de Navidad o el día de Reyes, y que representa un juego inofensivo. Pero la semejanza aplica muy poco al considerar las implicaciones de jugar con el sistema de creencias que determina la cosmovisión y conducta de personas adultas en la población en general.
Bastó un corto tramo en mi investigación para llegar a preguntarme: ¿por qué todo esto no se dice claramente desde los púlpitos y se discute entre la feligresía? Las respuestas y posiciones de los eruditos, y de no eruditos, al respecto no dejan de sorprenderme, pero también me ha quedado claro que si la persona sentada en una iglesia no es quien se interesa por ampliar, por sí mismo, su entendimiento sobre su religión entonces no hay cantidad de erudición, aun proclamada con potentes altavoces, que pueda ayudar a ese feligrés a mejorar su manera de interpretar su propio esquema de creencias religiosas.
Por ejemplo, el grueso de la feligresía del cristianismo no suele participar en los activos debates que hoy en día aún ocurren entre los eruditos al respecto de los cambios hechos en los manuscritos bíblicos por mano de los escribas y copistas a lo largo de los siglos, aun cuando en esos debates están implicadas sus creencias más básicas, como la divinidad de Jesucristo, las discrepancias textuales que impiden afirmar una sola divinidad suprema o monoteísta, el papel de la mujer o del homosexual en la religión cristiana, el placer sexual fuera del matrimonio, la libertad de conciencia, la epistemología de la vida sobrenatural, etc.
El hecho es que los eruditos de la Biblia conocen todo esto y conocen los difíciles problemas implicados. Los eruditos conocen íntimamente estos problemas, de arriba para abajo, y de izquierda a derecha, pues conocer esos problemas es, precisamente, su giro de trabajo. Por ejemplo, incluso quienes traducen, o revisan traducciones, a partir de manuscritos antiguos, tienen que decidir cuáles palabras del griego o del hebreo, y sus discrepantes acepciones, podrán traducir antes de siquiera empezar a pensar cómo ponerlas en lengua española o en cualquier otra lengua entendible para humanos vivos hoy. Por lo que los traductores bíblicos contemporáneos conocen y se enfrentan cotidianamente a los problemas típicos de la erudición.
No hay, entonces, conspiración alguna para mantener a las feligresías alejadas de los problemas de la erudición —por lo menos no hay conspiración por parte de los eruditos mismos. Lo que hay, quizá, es apatía para, ultimadamente, conocernos a nosotros mismos como cultura occidental.
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