El texto Rompiendo el silencio de John M. Ackerman es, claro, para pensarlo a fondo y con amplitud, tanto como podamos. Es decir —en analogía con una organización típica de videocontenidos— aspirando a contemplar no sólo un cuadro estático de la escena nacional, ni siquiera un solo capítulo, ni una sola temporada, sino la serie completa a escala planetaria.
Por ejemplo, el Sr. Ackerman habla de cambios, pero ¿cuáles cambios necesita el país y la sociedad humana global? El cúmulo de problemas es tan abrumador que intimida. La tarea es descomunal y de sólo pensarla amedrenta la acción individual e independiente; quizá por eso es más común nuestra tendencia gregaria. La unión hace la fuerza, dicen. No dudo, entonces, que haya buenas intenciones en los partidos políticos pero el alcance de éstos tan sólo representa un reconocimiento de ese miedo a pensar con amplitud, y parece que debiéramos conformarnos con la sesgada visión de sus “soluciones”. Por tanto, el interés por el cambio necesita ser, también, un interés por la amplitud de miras y no sólo por tomar turno para mamar de la ubre del poder —lo digo por aquellos que promueven el cambio pero tan sólo el cambio que los beneficia en lo personal.
Además, el Sr. Ackerman dice que #YoSoy132 habla por todos al rechazar una imposición presidencial. Pero es evidente que no todos la rechazan pues algunos que la prefieren lo hacen calculando, como Karl Marx, que el beneficio de unos pocos eventualmente se traduciría en el beneficio para muchos. Hipótesis ya por demás refutada por la historia y por la reflexión en ciencia político-económica. Por lo que decir que #YoSoy132 habla por todos es, por decir lo menos, exagerado. ¿Quién habla por quienes calculan que no sólo esa imposición es inaceptable sino toda forma de gobierno que mantenga estructuras formales de comando y control estratificado sobre la sociedad?
El Sr. Ackerman, muy atinadamente, dice:
«No podemos confiar en las instituciones estatales o la clase política para lograr las transformaciones profundas que necesita el país. Todos debemos poner nuestra parte...»
¿Por qué no podemos confiar? Pues (1) porque la confianza requiere, como base, un patrón de conducta y de frutos que sirvan como su justificación, y la simulación de dichos resultados, pregonada como si fuese de proporciones reales, no alcanza más que para enajenar al hombre-masa. Por lo que, desafortunadamente, la práctica actual del concepto de Estado nacional procura más su auto-preservación y la perpetuación de sistemas político-económicos caducos que la construcción de una base participativa real sobre la cual los gobernados pueda sostener su confianza. Y (2) porque la ausencia de poder público —que no de violencia policial, lo cual es muy distinto— es una evidencia de que tal confianza dejó de existir.
¿Cuál es la parte que debo contribuir para las transformaciones profundas de las que habla el Sr. Ackerman? Pues una, por imperante necesidad, es la educación. Pero no me refiero a ese remedo de “educación” que representan los sistemas escolarizados que ayudan más a adoctrinar al individuo que a liberarlo, sino a ese hábito de aprender, desaprender y reaprender de continuo; a esa estrategia pedagógica general del filosofar, al cambio y a la mejora de conciencia por el individuo mismo; en una palabra: autoeducación. Esa es, en sí misma, una muy positiva contribución a la sociedad.
De otro modo, sin autoeducación, es aun más difícil que lleguemos a considerar y a analizar otras formas y procesos de diseño sociocultural. Y estaríamos condenados a permanecer ciegos al no tener nada contra lo cual comparar este sistema sociopolítico y cultural del cual somos todos parte.
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