Un punto clave de mi texto ¿Qué significa la Biblia? consiste en la importancia de tomar conciencia de que los textos antiguos no deben interpretarse a la ligera pues las consecuencias son graves; como las provocadas por el literalismo devocional. Además, si alguien elige aproximarse a esos textos desde perspectivas históricas o perspectivas teológicas entonces necesita, por ende, entender primero qué es una interpretación histórica y cómo se formula una teoría teológica. Además de entender que tales teorías tienen ámbitos completamente diferentes y no pueden combinarse sin incurrir en problemas cuyas soluciones son muy endebles y muy difíciles de justificar debido a su poca plausibilidad.
Tomar conciencia de la preparación requerida para interpretar esos textos antiguos me lleva a sospechar que muy pocos eruditos han podido interpretarlos debidamente sin caer en los excesos típicos; como el tropiezo de presentar una teoría teológica como si fuese una teoría histórica plausible. Ante un escenario como el que implica esta toma de conciencia no ha faltado quien intente justificar todo aparato clerical con base en la idea de que el papel de los clérigos es interpretar y el papel del individuo es acatar, pues los clérigos tienen la preparación para interpretar, y el individuo no. Y que si dejáramos que el individuo los interpretara libremente entonces la religión sería un caos total. Pero pregunto, ¿no es acaso ya un caos? Ante lo cual se me ha respondido que el caos sería aun peor. Y ahí es donde difiero: eso último no lo sabemos de hecho.
Me explico: sí sabemos que interpretaciones torpes han causado lo negativo del cristianismo o del judaísmo o del islamismo —las tradiciones religiosas abrahámicas—, pero de hecho no sabemos qué sucedería si al individuo común, e interesado en religión, se le informa debidamente de los peligros al interpretar y se le prepara para hacerlo. Si la premisa es que el individuo común es “flojo, lerdo y malo por naturaleza” pues ni siquiera hay que intentarlo. Pero esa premisa es tramposa pues no es causa sino un efecto de, precisamente, los sistemas religiosos adoctrinantes; por lo que tal premisa es inválida.
Un individuo preparado para interpretar textos antiguos es un individuo que no caería fácilmente en los excesos de la religión vulgar —es decir, descuidada— pues dicha preparación conlleva haberse formado la conciencia de lo poco que realmente podemos saber sobre el significado absoluto de dichos textos. Ese individuo abrazaría a la diversidad y, por ejemplo, valoraría más al amor o la compasión por encima de “La Verdad” y el pensamiento sectario de “ellos” y “nosotros”, pues dicha conciencia no le aportaría bases para esos excesos.
Un peligro es caer en esas perspectivas cortoplacistas que rechazan todo aquello que no es “práctico” simplemente porque no se ajusta a sus agendas institucionales. Y se entiende su posición pues lo que les importa es la preservación de sus instituciones, y no realmente el bien del individuo.
Calculo que muchos individuos preparados estimarían que las interpretaciones en clave poética de los textos antiguos son de las que pueden arrojan más frutos espirituales y, por lo tanto, lo negativo de la religión disminuiría considerablemente pues ese tipo de interpretaciones satisface de mejor manera el desarrollo del sujeto —es decir de su subjetividad— y, además, el individuo se liberaría del peso de “La Verdad”. Claro, esto si partimos de la premisa donde la religión no es para las instituciones o corporaciones religiosas sino para el individuo.
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