Estimado joven,
Al pensar en los pasos de un joven como tú hacia la vida adulta llega a mi atención mi propio recorrido a la fecha y también, sobre todo, la pertinencia de la pregunta: ¿qué es la vida adulta? Debido a que encuentro mucha mayor relevancia en la pregunta por encima de posibles respuestas particulares yo, por supuesto, no pretendo ofrecerte aquí respuestas a dicha pregunta. ¿Por qué? Pues, primero, porque no deseo estropear tu propia búsqueda; y, segundo, porque yo mismo aún sigo buscando y sopesando la variedad de respuestas a esa y otras muy punzantes preguntas de la vida. Pero aquí sí pretendo avivar tu ánimo para que persigas, ahora y siempre, tanto la búsqueda de las preguntas desde tu curiosidad así como la reflexión acerca de la diversidad y amplitud de sus posibles respuestas.
Sólo tú sabrás cuáles preguntas de la vida exigen ahora de tu atención, y digo que sólo tú sabrás pues sólo tú estás presente en ese espacio íntimo de tu vida interior. ¿Qué es la educación, y la sabiduría? ¿Qué es la libertad, y cómo se relaciona con la capacidad de responder por lo mucho o poco que tengamos de ella? ¿Qué es la verdad, y la realidad? ¿Qué es una mujer, y un hombre? ¿Y la muerte, y la vida? ¿Cómo reconozco al amor?...El etcétera puede ser tan largo o tan corto como tú decidas. ¿Te confieso algo? Ya lo supe, y lo aprendí de muchos por sus frutos en palabras y obras, que entre más te esmeres en curiosear e indagar a fondo tus propias preguntas, cada vez más grande y vasto se tornará ese espacio íntimo de tu vida interior. Espacio donde habitas y donde podrás recorrer y disfrutar de provincias cada vez más extensas, en la medida en que ejerzas algo muy peculiar del ser humano: la lectoescritura.
Parece ya un lugar común decir que la lectura es indispensable para el desarrollo intelectual y espiritual de una persona, pero, como suele pasar con los lugares comunes, eso tan sólo captura la parte superficial del asunto cuando se repite sin reflexionar. Pues no sólo es necesario leer sino, y aun más pertinente, es necesario aprender a cuestionar lo que se lee.
En la oportunidad, podremos comparar notas sobre nuestros hallazgos en algún tema donde compartamos el mismo interés. Quizá sea, por ejemplo, los esquemas de algún sistema sociopolítico, o quizá el papel del acto de diseñar y de crear en la ingeniería de alguna tecnología de software. O quizá reflexionemos juntos sobre los patrones culturales a nuestro alrededor y sus efectos; por ejemplo, la cultura unidimensional de la cual reflexionó y escribió un señor llamado Herbert Marcuse hace no mucho tiempo, pero tan popular y prevaleciente en nuestra sociedad hoy.
La ignorancia, por sí misma, no es denigrante; lo es tan sólo cuando está acompañada de la riqueza, ya lo remarcó hace unos siglos otro señor llamado Arthur Schopenhauer. Por eso, quien cuenta con la oportunidad de mejorar su estado de conciencia no tiene excusa válida para no hacerlo. Sor Juana Inés de la Cruz lo dejó escrito: «No estudio para saber más, sino para ignorar menos.» Es típico recordarle a un joven que aproveche todo aquello que en términos de escolarización le ofrezcan sus padres y su ambiente cultural, pero quizá no es tan típico dejarle en claro que toda esa oferta, por muy grande y bien intencionada que sea, no es suficiente en el mundo de hoy. Así que quisiera dejarte en claro que —como escribió otro señor llamado Hans-Georg Gadamer— educación es educarse; es decir, tu educación está principalmente en tus manos y eso quiere decir que el desarrollo de tus facultades depende casi exclusivamente de ti. Por ejemplo, desarrollar tu facultad para pensar creativa y críticamente depende tanto de tu decisión como de tu propia búsqueda de la verdad. La verdad nos hará libres —idea atribuida a Jesucristo—, por eso, si una supuesta verdad no te hace más libre entonces es necesario re-examinarla y enfrentar ese miedo del cual escribió Erich Fromm en su obra «El miedo a la libertad» —inclusive el miedo a ser diferente de los demás.
Por lo que no dejaré pasar esta oportunidad para enfatizar el papel tan liberador que para mí ha jugado el indagar qué es el pensamiento crítico y luego intentar pensar críticamente sobre mis miedos y sobre las bases de mis propias opiniones; así el miedo ha comenzado a ceder y así también empecé a mejorar mis opiniones o a desecharlas por falta de sustento. Pensar críticamente comparte las mismas bases con el pensar científicamente, y no pocos en la Historia reportan su utilidad contra el miedo; por ejemplo, lo escrito por la científica Marie Curie: «Nada en la vida deberá ser temido, tan sólo deberá ser comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para que podamos temer menos.»
Por favor, por lo que más quieras, no olvides que al pensar críticamente no buscas «defender» un argumento sino «evaluar» su valor específico, sin importar quien lo diga —inclusive tú mismo—. Por lo que una conciencia crítica no busca seguidores que apoyen a un argumento sino a pensadores que lo examinen debidamente.
Hay tantas preguntas de la vida por examinar y, sin importar «dónde» o «cuándo», lo que necesitamos es aprender «cómo» examinarlas. Para ese «cómo» hay una diversidad de tradiciones intelectuales y espirituales, entre ellas podemos encontrar una muy básica, y es una que el ser humano tiene a su alcance sin necesidad más que de su propio ser: filosofar. Aquí son pertinentes las palabras escritas por Fernando Savater en su obra «Las preguntas de la vida»: «¿Enseñar a filosofar aún...cuando todo el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir? De acuerdo, aceptemos que hay que intentar enseñar a los jóvenes filosofía o, mejor dicho, a filosofar. Pero, ¿cómo llevar a cabo esa enseñanza, que no puede ser sino una invitación a que cada cual filosofe por sí mismo? Y ante todo: ¿por dónde empezar?»
Permíteme dejarlo aquí por ahora, no sin antes remitirte a unos fragmentos de la «Invitación a la filosofía» de André Comte-Sponville, de los que hice lectura en la siguiente página en Internet: Invitación a la filosofía
No comments:
Post a Comment