Estimado joven,
Al meditar sobre mi carta anterior reconozco que podría ser una que a mí me hubiera gustado recibir más temprano en mi vida, quizá en la etapa en la que tú estás ahora, en la adolescencia. Pero de haberla recibido en esa etapa no estoy del todo seguro que hubiese tenido algún efecto relevante, pues en esa etapa mi interés estaba invertido en otras cosas. Permíteme platicarte. Cuando niño tuve muy buen apetito y, a pesar de mi gusto por practicar baloncesto, era notable mi sobrepeso. El sobrepeso significó algunas burlas pero lo peor fue la frustración de no usar la ropa con la que me sintiera a gusto. Así que en la adolescencia estaba más interesado en hacer ejercicio, para cambiar esa grasa en músculo, que en la reflexión filosófica. Sin embargo, aunque no recuerdo haber escuchado en esa etapa el concepto de «reflexión filosófica», sí recuerdo largos ratos en los que disfrutaba abandonarme en mis pensamientos y divagaciones. Por lo que quizá esas divagaciones hubiesen resultado en algo más enfocado y constructivo si hubiese contando con más ayuda para saber cómo pensar mejor, y para reconocer más fácilmente mis equivocaciones —para eso también sirve la reflexión filosófica.
Las computadoras fueron otro gran tema que absorbió mi interés en aquella etapa; la emoción de entender qué cosa eran, cómo funcionaban y qué podía yo hacer con ellas me hacía buscar oportunidades para aprender a programarlas. Para mí las computadoras y su programación eran pura diversión —y lo siguen siendo—, los juegos de video me fascinaban tanto que no sólo quería seguir jugándolos sino también diseñar y programar algunos por mi cuenta.
Así, el gimnasio, el bosque para correr por las mañanas, y algún centro de cómputo, fueron lugares donde pasaba mucho tiempo en esos años. Pero también estaban mis amigos, con quienes pasaba buena parte del resto de mí tiempo. Junto con ellos enfrenté muchas de las agudas cuestiones de la adolescencia y juntos enfrentamos las presiones culturales para tomar tal o cual posición al respecto de, por ejemplo, el alcohol, las drogas, las mujeres, o eso tan vagamente llamado «sexo». La verdad no recuerdo haber tenido alguna conversación trascendental con los adultos al respecto, ya sea en mi casa, en la de mis amigos, o en la escuela, que hubiese resultado de mucha ayuda para mí en esa etapa; lo que sí recuerdo muy bien es la conducta de esos adultos y, en el caso, su ejemplo de esmerada dedicación y esfuerzo en la vida, eso sí me marcó para siempre. Y permanezco muy agradecido por ello.
Regreso al asunto de mis amigos, con quienes compartía la misma edad y, por tanto, preocupaciones similares. En nuestro caso todos veníamos de haber compartido la misma escuela de sólo varones, primaria y secundaria, así que las mujeres, y en particular sus cuerpos, para ser honesto, seguían representando para todos un tema de gran interés. Estaba claro que quizá los cambios hormonales en nuestros cuerpos ya no eran motivo de tanto desconcierto, pero tampoco éramos ya los hombres que creíamos o pretendíamos ser. Esa desmesurada presunción, por querer ya ser el adulto que aún no era, fue compartida por muchos de mis amigos y compañeros, tal que un rasgo de nuestra juventud fue querer ir con demasiada prisa en esa etapa. No lo sé, si entonces hubiese contado con una mayor habilidad para pensar por mí mismo quizá hubiese tomado las cosas con más calma y, así, evitado adoptar o repetir ciertos patrones de conducta y de pensamiento que no correspondían realmente con mi ser.
Y ahí, me parece, está la cuestión: ¿cuáles patrones de conducta y de pensamiento corresponden con tu ser?, ¿te los dicta la familia, la televisión, los amigos, lo establecido como “normal”? En resumidas cuentas: ¿quién eres tú, y cuál es la esencia de tu ser? Para eso bien puede ayudarte la reflexión filosófica.
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