Como parte de una cultura local en particular, a lo largo de la vida, he heredado mi ración de datos culturales pero no de una manera completamente precisa, ordenada y personalizada de acuerdo a mis rasgos cognoscitivos propios, sino de una manera tal como haber sido arrojado bruscamente a la agitada corriente de un río; en el que, para sobrevivir, debí asirme de quien estaba más cerca de mí y que también era llevado por la fuerte corriente cultural. Por supuesto, dicha herencia no llega con una organización debida sino como una mezcla de fragmentos de datos, preconcepciones, contextos implícitos, etc., todo como parte de un caldo de cultivo cultural a partir del cual debo intentar mis interpretaciones de la realidad.
Mi cultura local puede pensarse como un derivado o como en efecto de la así llamada, de manera general, «cultura occidental» pero más por la enorme influencia histórica del cristianismo que por su aspecto proveniente del Siglo de las Luces —o Ilustración. Tras un poco de reflexión no es difícil para mí encontrar en mi memoria la secuencia de interpretaciones que he hecho de las facetas que me ha tocado ver o vivir del cristianismo en general —enfatizo en general pues no parece haber —desde su origen histórico— un solo cuerpo de creencias, monolítico, al cual llamarle “la” religión cristiana, tal que es más propio pensar “las religiones cristianas” cuando se dice “cristianismo”.
Recién llegó a mi atención el texto: Why I'm No Longer A Member of the City Of Angels International Christian Church, y en español: El Porque Yo Salí De La Iglesia De Kip McKean, el cual, al parecer, reporta un caso más de abuso y desencuentro en la relación entre un individuo y los prelados jerárquicos dentro de una religión organizada e institucionalizada, la cual ha sido derivada a partir de una más de tantas otras interpretaciones descuidadas del cristianismo. En este caso conozco esa interpretación en particular pues por algún tiempo durante mi juventud la compartí con otras personas, con exacerbado entusiasmo típico de la inmadurez juvenil.
No pocas interpretaciones descuidadas del cristianismo, a lo largo de su historia, han sido causa de ese tipo de abuso de unos cristianos sobre otros cristianos —y sobre todo aquel que se deje. No hay ninguna sorpresa en este caso pues también representa al cristianismo en su más popular expresión. Y me parece que las características implicadas de todos los personajes del caso sí corresponden con las de cristianos verdaderos. Es decir, cristiano no sólo es aquel que se comporta “bien” sino también todo aquel que tiene “fe” —según algunas interpretaciones. Claro, también hay otras interpretaciones puritanas que requieren la “regeneración espiritual” como condición para ser cristiano. Otras requieren el acatamiento ceremonial de tradiciones rituales llamadas “sacramentos”. Y aun hay otras que requieren beber veneno y asir serpientes venenosas para poder ser cristiano, pues así lo afirmó uno de los tantos Jesucristos en el Nuevo Testamento.
Hay manera, además, de justificar todos esos abusos como cristianismo legítimo pues, según algunos otros, el cristianismo es para lo peor de la sociedad (alegóricamente los cojos, los ciegos, los leprosos, los prostitutos, etc.) que pueden llegar al cristianismo para ser sanados por fe y cobijarse bajo la siempre presente frazada del amor —sin importar qué hagan, excepto lo que la ortodoxia del liderazgo en turno no este dispuesta a tolerar.
Algunas facetas del cristianismo, históricamente, han tenido mucha dificultad para entender o aceptar la diversidad. De ahí, en parte, proviene ese impulso por lograr una cierta “pureza” dentro del cristianismo, y ese impulso ha provocado de vez en cuando en la historia una serie de “movimientos” o “avivamientos” que buscan hacer algo al respecto de esa diversidad pues la heterodoxia se interpreta como un problema grave para esas facetas del cristianismo. Supuestamente, debido a que la heterodoxia “no agrada a Dios” —sin embargo, es curioso notar que, en la historia del cristianismo, toda ortodoxia fue primero una heterodoxia.
Me parece interesante entender esa disposición por hacer algo al respecto de los problemas que se perciben en religión; en específico al respecto de problemas doctrinales o de sistemas de creencias. Pero, para aclarar, no me parece relevante la posición religiosa al respecto de problemas de hecho —de esos se puede hacer una reflexión más amplia en el campo de la filosofía moral y del ejercicio ético, secular y laico. Entender la dinámica detrás de los intentos para solucionar los problemas doctrinales puede arrojar luz sobre los orígenes de lo negativo en las religiones cristianas vulgarmente interpretadas.
La religión en general es un tema importante que requiere ser estudiado y entendido —tarea nada simple. Por lo cual es importante preguntar hasta qué punto ese entendimiento ha sido el objetivo de quienes deciden hacer algo al respecto de los problemas doctrinales en religión y hasta qué punto el objetivo real ha sido establecer una ortodoxia distinta, una que favorezca principalmente a estos “reformadores” y su séquito. Ejemplos de ellos son los diferentes Jesucristos en las tradiciones textuales bíblicas, y luego otros personajes en la historia del cristianismo como Orígenes, Marción de Sinope, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Martín Lutero, John Wesley, Juan Calvino, Charles Finney, Friedrich Schleiermacher, Karl Barth o, hay que decirlo, para bien o para mal, Jim Jones, David Koresh, Kip McKean, y otros líderes religiosos carismáticos. Entender lo que han intentado lograr estos reformadores ante lo establecido en su momento en diferentes cristianismos en la historia puede también, dada la colosal influencia del cristianismo en las culturas occidentales, arrojar luz sobre la dinámica en los sistemas de creencias en política o en economía dentro de dichas culturas.
Quizá la idea de alcanzar “la pureza moral” es lo que conduce a la mojigatería detrás de estos “movimientos” o “avivamientos” religiosos que pretenden hacer algo ante “el estado pecaminoso de este mundo que desagrada a Dios”. Sin reflexionar que ese puritanismo es precisamente parte de los problemas y no de las soluciones. Mientras exista el analfabetismo ético y moral no faltarán Kips McKeans, o Jesucristos, que marquen dogmáticamente una línea imaginaria entre un humano y otro, que marquen un “ellos” separados de un “nosotros”. Para un ejemplo de esta mentalidad sectaria: Los Enemigos de la Cruz de Cristo.
Como rasgo de una conclusión provisional ante la influencia cultural del sectarismo podemos decir que un concepto muy pertinente es la madurez. No sólo al respecto del enajenamiento religioso sino al respecto de la vida y de la edad mental adulta en general. Aspiro a dejar atrás mi actual edad mental de pueril talante, y alcanzar —quizá algún día— la madurez intelectual y emocional. Sospecho que parte del proceso implica estar dispuesto a cultivar la duda sobre mis opiniones actuales, así como a estar dispuesto a aceptar que estoy equivocado en la mayoría de esas opiniones —incluyendo estas.
La religión vulgarmente interpretada es como una enfermedad que infecta lo bello, lo sublime, lo reverenciable, lo insacrificable, lo digno de devoción, y lo degenera en algo perverso, deleznable y despreciable. ¿No son casos como los aquí referidos una muestra de ello? Casos generados por interpretaciones descuidadas de los conceptos religiosos. Por ejemplo, el concepto cristiano de arrepentimiento es algo maravilloso al interpretarse a la luz de un significado amplio de una concepción filosófica del aprendizaje, en particular aprendizaje como mejora o cambio de opinión y, por ende, de conducta.
Pero un enfoque hacia el aprendizaje como el implicado por alguna tradición filosófica requiere tomar con toda calma el ejercicio de reflexión y autocrítica; algo que puede ser extremadamente difícil de practicar debido a las muchas influencias en la cultura a nuestro alrededor que insisten en afirmar su imposibilidad pues, supuestamente, no hay tiempo para eso. Las influencias culturales de exagerada orientación puramente utilitarista y cortoplacista ejercen una monumental presión sobre el individuo. Una presión a grado tal que, en los hechos y dada la frecuente evidencia de malinterpretaciones y preconcepciones, esas influencias funcionan como grilletes para la mente; por los cuales el individuo no puede pensar afuera de lo cultural y externamente establecido.
De los sectarismos religiosos, así como de otros sectarismos políticos y socioeconómicos, no se puede esperar madurez emocional e intelectual sino pura y llana obcecación.
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