¿Truco de cámara? ¿Magia inexplicable?
Me repito que no puede ser cierto lo que mis propios ojos parecen asegurar con tanta certeza. Me repito que debe ser un truco, pero ¿dónde está?
Lo tomo como un juego, una especie de adivinanza. Por momentos se asoma la inseguridad de confirmar la sospecha: soy mucho más desacertado de lo que ya antes he comprobado sobre mí mismo.
Luego recuerdo mis escuetas lecturas sobre racionalismo y empirismo y sé que hay un supuesto que no veo y que, por tanto, no puedo cuestionar —de ahí que no logro explicar el caso, ¡no me cuadran las cuentas!
Sé que sale sobrando la pedante postura de que se requieren dotes especiales para resolver truquillos como este. Por el contrario, asumo que cualquiera, incluso un inadvertido como yo, puede encontrar la lógica detrás del caso.
Repaso poco a poco mis pasos mentales sobre el caso, uno por uno, y en cada paso considero lo opuesto o su negación. Empieza a esclarecerse algo: no hay truco; es decir, lo mostrado es cierto, hay una cantidad de chocolate equivalente a un cuadrito que puede ser retirado y al mismo tiempo se mantiene la cantidad de 24 (seis filas por cuatro columnas) cuadritos de la figura original.
Por fin llego al paso mental que requería ser puesto en duda, entonces finalmente todo cobra sentido y compruebo que esto podría servir para demostrar lo que sucede cuando uno piensa con demasiada prisa, saltando de manera precipitada a conclusiones. Resultó otro caso donde el “truco” está en la capacidad de frenar nuestro propio patrón mental de dar por sentado premisas sin cuestionarlas. Un caso más donde mi tropiezo lo causa mi propia zancadilla mental. Un amaño aplicado por mí mismo, por mi biología, sobre mi propio estado consciente. Una muestra más de la relevancia de conocerse a uno mismo.
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