El abuso de las palabras para encandilar al incauto, haciéndole aceptar como profundidad y erudición lo que tan sólo es verborrea y charlatanería, ha sido un recurso de sofistas y embaucadores desde hace mucho. Pero en ocasiones las partes tienen plena conciencia de lo que ocurre. Eric Berne diría que son «los juegos que la gente juega». ¿No acaso quienes se regodean tanto al hablar como al escuchar sobre una filosofía grandilocuente pero oscura están, de hecho, tan sólo participando en un tipo de juego? Un pasatiempo pontificado como profesión. Por ejemplo, en filosofía, ¿en qué medida quienes hablan y escuchan sobre el libro «La fenomenología del espíritu» de Hegel, y aceptan que todo lo dicho es inteligible, están tan sólo participando en un juego de palabras? Otro ejemplo, en computación, si se habla sobre “arquitectura empresarial” y sólo se hacen prescripciones a priori “a un altísimo nivel” (lo que sea que eso signifique) por medio de pomposas diapositivas y voluminosos documentos pero sin verificar a posteriori las consecuencias de tales masturbaciones intelectualoides, ¿no acaso también es otro juego de palabras?
El párrafo inicial se debe a mi perplejidad ante un conjunto de casos observables, tanto en filosofía como en computación. En dicho párrafo hago preguntas pues no tengo seguridad de si lo implicado es cierto o no.
No tendría ningún derecho de siquiera mencionar a G. W. F. Hegel o alguna de sus obras sin antes haber emprendido la obligación de estudiarle en su contexto. En mi nota inicial no hago ni un solo reproche ante su magna obra, sino ante algunos de sus lectores que afirman entender con completa claridad lo ahí escrito hace más de doscientos años en un contexto histórico particular, y que pretenden aplicar sin más a contextos históricos distintos forzando al texto a estar de su lado. Mientras que es un hecho histórico y hermenéutico demostrado por el cisma entre izquierda y derecha hegelianas que el texto da pauta para ser interpretado de múltiples maneras.
Por otro lado, en computación electrónica contemporánea —campo en el que me desempeño profesionalmente—, entiendo la necesidad de mensajes publicitarios por parte de quienes tienen la encomienda de vender productos y servicios basados en software, en mi nota no reprocho esa labor, sino la de aquellos que se dicen “arquitectos empresariales” y abusan del lenguaje técnico en generalizaciones injustificadas y sin presentar evidencia verificable de lo adecuado o de la pertinencia de lo dicho para ningún contexto ejecutable concreto. Además, al inquirirles con insistencia por tal evidencia pretenden esquivar toda pregunta afirmando que yo no entiendo “la profundidad de la arquitectura empresarial”.
Quizá mi nota inicial tan sólo es una perorata contra lo mismo que Alan Sokal y Jean Bricmont evidencian en su obra «Imposturas intelectuales» o lo que Enrique Serna denuncia en su obra «Genealogía de la soberbia intelectual». Mi intención es tomar conciencia de las consecuencias, en contra del buen nombre de disciplinas como la filosofía y la computación, que tiene abusar indiscriminadamente del lenguaje grandilocuente y oscuro, haciéndolo pasar como profundidad y erudición, cuando en realidad no es así.
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