Afirmar «Los colores no existen» es un intento por provocar una reflexión más detallada sobre el asunto. Los colores existen, claro está. Pero su modo de existencia quizá no es el mismo modo que tiene el mundo afuera de la percepción humana. Los colores, se puede decir, son un tipo de alucinación creada por nuestro sistema nervioso.
¿No acaso resulta sorprendente, y quizá abrumador, que algo cuya realidad se nos presenta tan evidente resulte ser sólo una apariencia ilusoria?
Los colores existen, así es, pero existen en relación directa con algún sistema nervioso, e.g., el sistema nervioso humano. Pero no existen como tal en el ámbito físico donde ese sistema nervioso habita.
El cuadro en la imagen parece mostrar dos colores distintos, pero la realidad de esa interpretación sólo reside en un sistema nervioso; es decir, la existencia de esos dos colores sólo depende de la manera en que un sistema nervioso los percibe, tales dos colores no residen *en* el cuadro sino *en* el observador:
Si se cubre la línea negra del centro, y se observa con cuidado, ¿cuántos colores se perciben ahora?
Este ejemplo –quizá trivial– ofrece la oportunidad para entender una premisa del pensamiento crítico: la más frecuente causa de autoengaño es el desconocimiento de uno mismo; o como dice Tizoc: «...tú no me engañates, el indio tarugo se engañó solito.»
El tema da para mucho. Una afirmación absoluta como «Los colores no existen» pretende provocar alguna revuelta: una especie de invitación a pensar en las posibles estructuras teóricas dentro de las cuales tiene sentido tal afirmación, así como para pensar en las que no tiene ningún sentido. Así, la contemplación se hace más rica, gracias a la diversidad de pensamiento.
¿Por qué decir que los colores no existen? Por ejemplo, porque el color, aunque tiene correlato en el mundo físico, es una propiedad secundaria y como tal no debe pensarse de una manera absoluta sino sólo en relación con sistemas nerviosos. Es decir, al pensar el color de algo, se debe pensar también que no sabemos cómo es la realidad cromática de ese algo. Tal realidad bien podría ser incolora. El color sólo está en la percepción. Al saber el color de algo sabemos más de cómo somos nosotros que sabemos de cómo en realidad es ese algo. Tal afirmación, entonces, es dogmática de manera provisional; es decir, para aprovisionarnos de un atisbo que nos ayude a interpretar mejor la realidad de lo percibido; esa afirmación dogmática provisional puede servirnos para interpretar la realidad de una manera menos dogmática.
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