Una de las cuestiones que para mí encierra lo interesante del caso es: ¿cuán confiable es nuestra *percepción* de la realidad? Es decir, una cosa es la realidad extralingüística en sí y otra cosa es la percepción que tenemos de esa realidad. Ambas tienen formas diferentes de existencia. Un ejemplo curioso es la experiencia general del color. Lo subjetivo del color sólo existe en nuestra percepción; afuera de ella no sabemos “de qué color es la realidad”. La experiencia subjetiva del color es –digamos– un tipo de espejismo en el mundo simbólico humano. La ciencia nos informa sobre los fenómenos del espectro de luz visible y de sus longitudes de onda, pero en ningún lugar de esos hechos físicos reside la experiencia subjetiva del color, sólo en un sistema nervioso humano vivo —hasta donde podemos decir de manera justificada—. ¡¿No es fascinante?!
Hace algún tiempo publiqué una nota cuyo título intenté fuese revoltoso o provocador: El color no existe.
El chiste para mí de todo esto, en parte, es el hábito de cuestionar mi percepción de cualquier asunto de importancia personal. Con mucha frecuencia encuentro que tal percepción puede diferir significativamente de la realidad —misma que suele permanecer siempre compleja y siempre múltiple.
La sola posibilidad de que nuestro sistema nervioso sea incapaz de representar de manera nítida la total realidad de algo –por ejemplo, el color– es suficiente para abandonar toda falsa esperanza de contar con certezas absolutas. Por lo que decir “podría ser”, usualmente, es atinado. La percepción humana “podría ser” una alucinación controlada e intersubjetiva que funciona igual para todos los que tenemos un sistema nervioso central humano.
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