Somos animales, ¿cierto? Mamíferos primates. ¿Es verdad? Somos animales gregarios, sociales –todos los críos de la especie sobrevivieron porque nacimos en una manada o rebaño. Somos un tipo de ganado y nosotros mismos tomamos el rol del ganadero. Todo eso podría ser cierto, pero no es todo lo que es cierto acerca de la especie humana.
Mucho de lo que se puede decir de otras especies animales también se puede decir del humano pues somos mucho muy parecidos. Lenguaje, vida mental, emociones, y muchos otros rasgos que se consideraban exclusivos del humano están, al parecer, también presentes en otras especies animales. Entre lo que se podría decir del humano y no de otros animales es el nivel de su complejidad simbólica, i.e., imaginativa; pero esa diferencia no es de tipo sino sólo de grado. Al parecer es esa complejidad la que aporta para que este tipo de ganado que somos busque, en algunos casos, tomar más conciencia no sólo de que somos una variedad de ganado y de ganaderos, sino también de que quizá realmente no sabemos cómo desarrollar humanos. Es decir, dado el estado de nuestras sociedades, con nuestra enorme miseria moral y nuestras grotescas insuficiencias espirituales, parece que realmente no sabemos cómo cultivar humanos.
Sin embargo, si el número actual de personas vivas fuese una medida de saber cultivar humanos, y no sólo una medida de saber cómo reproducirse, entonces el objetivo último de la humanidad sería la mera sobrepoblación: Current World Population.
Si el conjunto de creencias, la ideología, aporta para la proliferación de humanos, entonces lo que se cree —lo que sea en cada caso— parece haber funcionado bien, a decir de la creciente sobrepoblación en muchos lugares del planeta.
El ganado humano, entonces, no sólo necesita cubrir las necesidades biológicas básicas para sobrevivir y proliferar; además, necesita efectivos sistemas de creencias que le permitan alimentar un rasgo del espíritu humano: la imaginación.
La mayoría de los rebaños humanos hemos podido sobrevivir y sobrepoblar a pesar de estar en el más craso analfabetismo científico: pocos de nosotros podríamos –por ejemplo– articular una cabal explicación científica de cómo la respiración de aire hace posible que nuestras células reciban el oxígeno para permanecer vivas.
Pero, al parecer, no es posible sobrevivir sin relatos —cualesquiera— que orienten nuestra imaginación y encausen nuestros sentimientos morales. El humano no sólo es un animal basado en procesos biológicos, también es un animal narrativo. No es una cosa, sino un proceso simbólico.
Lo propiamente humano, entonces, ocurre, emerge, como resultado de procesos narrativos. La familia, la escuela, la vecindad, el barrio, la sociedad, el Estado, la religión, el más allá y el más acá, etc.
Lo humano desaparece sin narraciones y sin imaginación.
¿Cómo está eso de que lo humano no es una cosa, sino un proceso simbólico? ¿Cómo que un “proceso”, y además ¡“simbólico”!?
Lo humano no es un objeto –una cosa–, sino un sujeto; es decir, una base o soporte de las vivencias, sensaciones y representaciones del ser individual. Ese ser individual es un proceso; es decir, ese ser emerge, o brota, al combinar continuamente elementos más básicos. El ser humano no es el resultado de ese proceso de combinación, sino el proceso mismo. Por otro lado, al resultado de ese proceso, al resultado del ser humano, se le llama «cultura humana».
Para ilustrar esta idea de persona como proceso usaré al fuego como analogía. El fuego es una reacción química y emerge de combinar oxígeno, calor y combustible. La existencia del fuego depende de esa combinación continua. Si alguno de esos elementos más básicos no está presente en la combinación entonces en ese momento el fuego cesa de existir. El fuego no es un objeto, sino un proceso llamado combustión.
Lo húmedo del agua es también una ilustración de algo que emerge o brota a partir de elementos constituyentes más básicos. Una molécula individual de agua no es húmeda; esa propiedad simplemente no está presente ahí. Sin embargo, la propiedad de lo húmedo sólo aparece al combinar muchas de esas moléculas individuales.
El aspecto simbólico consiste en la capacidad del ser humano para usar signos o símbolos que refieran a algo distinto que el signo mismo. Por ejemplo, todos los signos escritos que ahora estoy usando refieren a ideas, las cuales son algo distinto que estos signos en particular.
La idea de que una persona es un proceso simbólico puede ayudar a comprender mejor qué somos y cómo podemos, o no, aprender –es decir, cambiar.
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