Como humanos no falta quien tenga por costumbre pronunciar afirmaciones en tono dogmático y, por ende, no acepte cuestionamiento alguno al respecto. Por ejemplo, en el terreno político: “México tuvo una elección que no tiene por qué invalidarse; tuvo elecciones libres y auténticas. México tiene un Presidente legítimo, electo por el pueblo.” O en el terreno de las religiones institucionalizas: “el aumento numérico en nuestra feligresía es una gran victoria para Dios”.
Aceptar alguna de esas afirmaciones sin ningún cuestionamiento representa un grave problema para la sociedad o la comunidad que la acepte pues entonces igualmente se aceptarán las consecuencias derivadas de la afirmación. Tales consecuencias no están exentas de aumentar el riesgo de dañar a la comunidad misma a favor de los intereses de unos cuantos en posiciones de poder. Sin embargo, los líderes de dicha comunidad podrían simplemente no estar conscientes del peligro al que exponen a su comunidad, y, por tanto, tanto líderes como comunidad podrían estar inmersos en una dinámica social nociva.
Esa dinámica social nociva, cuando una comunidad acepta afirmaciones categóricas basándose tan sólo en los intereses propios y sin ningún tipo de autocrítica, es un rasgo común del llamado «groupthink» o «pensamiento colectivo o de masa»; en el cual se puede caer muy fácilmente y sin que nos demos cuenta de ello. Suele ocurrir con frecuencia no solo en círculos donde reina supremo el analfabetismo científico y filosófico, sino incluso en grupos con altos grados de escolaridad. Las debacles financieras de corporaciones como Worldcom o Enron, sectas religiosas crueles, o regímenes políticos corruptos, son ejemplos típicos.
El escape de ese tipo de pensamiento es muy difícil de lograr pues incluye mecanismos de auto-reforzamiento. Uno de esos mecanismos es la lógica circular; en donde el individuo queda atrapado en su propia cabeza, siempre ligando las mismas ideas de la misma forma pero sin detenerse a revisar otras maneras, igualmente posibles, de enlazarlas que pudiesen resultar en un raciocinio de mejor calidad; por ejemplo, un raciocinio con mayor honestidad y menor presunción o arrogancia. Un efecto de la lógica circular es un estado de negación —entendido como el estado de una persona al enfrentar un hecho demasiado difícil de aceptar y, por tanto, lo rechaza al insistir que no es cierto aun ante abrumadora evidencia de lo contrario.
Estar en negación me parece una situación muy triste pues, por ejemplo, uno puede creer que sus pensamientos son trascendentales, que se refieren a algo grande como el universo, como la sabiduría o la verdad, pero por desgracia tan sólo refieren a algo confinado en la cabeza propia, sin conexión alguna con lo que haya afuera de ella.
Las ganas de creer que algo es cierto es otro ejemplo de lógica circular: entre más ganas tenga de que algo sea cierto entonces más cierto será.
No puedo enfatizar suficiente la necesidad de la autocrítica como medio para descubrir mi estado de negación en muchas áreas de mi propia vida. Como ejemplo está lo que ya en varias de mis reflexiones en mis blogs he reconocido: que —a mis 43 años de edad cronológica— apenas estoy cayendo en cuenta del nivel educativo real con el que he interpretado al mundo hasta ahora, un nivel equivalente a un menor de edad. Por supuesto, aquí con educación no me refiero a escolarización. Mi analfabetismo ha sido algo muy difícil de aceptar, pero la evidencia de ese hecho no puedo ignorarla. Por ejemplo, una evidencia que encontré en mi interior es la creencia en un dios antropomórfico y, además, todo un torrente de emociones asociadas exclusivamente a esa creencia; emociones que, como en el caso de un exceso de caramelos, obstruían el desarrollo del resto de mis facultades.
Enfrentar el hecho del grado de mi analfabetismo me ha presentado varias disyuntivas. Una podría haber consistido en inventarme alguna excusa que, como puerta fácil o “solución práctica”, me permitiera continuar con el rumbo de mi vida, tal como lo espera mi cultura local, y pueda decirme que “no pasa nada, todo está bajo control”. Otra alternativa, por supuesto, es el suicidio, pero entendido como figura retórica o como recurso de ficción literaria; es decir, reconocer que ese analfabeto no puede seguir con su vida tal como es pues las consecuencias serían insoportables, y, por tanto, su interpretación de la vida debe cesar ahora. Otra persona deberá continuar en su lugar, otra persona con una cosmovisión diferente.
El final voluntario de una vida interior, es decir el suicidio espiritual, y un nuevo comienzo a partir de cero, es un recurso que varias tradiciones espirituales —no sólo el cristianismo con su «volver a nacer de lo alto»— han utilizado para indicar la relevancia de los ciclos periódicos de renovación en la vida de una persona.
Una transformación de ese calibre, quizá, sea más relevante para Dios —aquí la palabra «Dios» en un sentido profundamente humano, y no en un sentido sobrenatural— que tan sólo la mera pertenencia inercial y pasiva en la sociedad, o la asistencia recurrente a reuniones dentro de un sistema religioso que permanece sin cambios en lo profundo.
El humano, al parecer, es un ser gregario. El humano no sólo cuenta con sus genes para sobrevivir y desarrollarse sino que necesita también un ambiente que incluya la interrelación con otros seres vivos, semejantes o no. Sin embargo, el rasgo humano distintivo, quizá, sea el nivel de complejidad presente tanto en el individuo como en dicha interrelación social con otros humanos. Pero, como no todo en la sociedad humana es positivo sino que, por el contrario, es evidente que dicha complejidad tiene también graves efectos negativos, como las guerras, el comercio con humanos o el abuso del poder, entonces un desarrollo humano integral también implica tomar conciencia tanto de las diferentes manifestaciones de dicha complejidad como de las condiciones para su proliferación o su abolición.
No comments:
Post a Comment