Por fortuna se da el caso de personas que para cuando alcanzan la edad adulta el adoctrinamiento escolar, religioso, socioeconómico o político aún no ha endurecido por completo su mentalidad, ni la ha tornado del todo rígida, inflexible e incapaz de pensamiento libre y crítico. Tales personas incluso pueden ejercer la reflexión filosófica, o al menos pueden entender qué es. Por fortuna, su carácter no está definido por aquella reacción de sentirse inmediatamente ofendidas si alguien se atreve a cuestionar sus opiniones o a estar en desacuerdo con ellas, como si expresar una opinión distinta a la suya fuese la peor de las groserías. Por fortuna es aún posible encontrar personas que no defienden opiniones con el absurdo pretexto de que son “suyas”, sino que están dispuestas a evaluarlas.
Aspiro algún día llegar a ser parte de esos casos afortunados.
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