Pareciera que las controversias sobre el cristianismo habrían quedado en el pasado remoto, pero también parece que han sido un tema candente desde sus orígenes. Por ejemplo, la controversia sobre la divinidad de Jesús no es nueva sino añeja, y no en ámbitos afuera del cristianismo sino desde su interior. Como suele ser el caso, cada contrapostura tiene una perfecta lógica desde la cual sería “la mejor”, pero el cristianismo no es uno tal como Jesús no es uno, ni histórica ni teológicamente, sino muchos. Tanto es así que hay posturas eruditas cristianas que interpretan a la figura del Mesías redentor como una metáfora literaria para identificar al propio lector como su único posible salvador.
Para mí, esa controversia tiene grandes e importantes implicaciones desde un análisis cultural amplio.
Hay un sentido en que las controversias pueden ser un recurso para la auto-reeducación: pueden servir para ejercitar nuestra facultad de síntesis, pues para lograr una síntesis virtuosa se requiere con frecuencia pensamiento doctoral.
¿No hay acaso bibliotecas públicas? Entonces sí hay justificación para denunciar como mentira lo que afirman los sacerdotes o ministros de culto religioso que dicen a sus feligreses que no pueden ni necesitan aspirar al pensamiento doctoral. Una persona interesada en la indagación amplia del cristianismo sí puede contar hoy con el acceso al pensamiento doctoral de una manera independizada de la tutela intelectual y paternalista de esos sacerdotes y ministros de culto religioso.
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