Hay muchas razones por las que estoy persuadido de la importancia de estudiar a fondo textos antiguos; en particular los textos bíblicos neotestamentarios. Una es la necesidad de entender más el ambiente sociocultural que habito pues no es difícil ver que aun en organizaciones no religiosas, públicas y privadas, existe una marcada influencia cultural del cristianismo; por ejemplo, en la típica organización jerárquica, en las líneas de autoridad y en los poses de genuflexión para pensar y actuar con la obediencia debida. Otra razón es entender más la moralidad imperante en tal ambiente sociocultural, y cómo algunas personas intentan derivar su moralidad personal con base en textos de hace veinte siglos y no de un ejercicio ético autónomo.
Hay una gran variedad de métodos de estudio bíblico, y el apoyo básico del pensamiento crítico es indispensable para elegir con destreza el método adecuado según el objetivo buscado. Por ejemplo, la crítica de redacción no sirve para lo mismo que el análisis estético-literario, aquella busca esclarecer una estructura conceptual en el texto mientras que ésta realza su expresión teológico-poética; el método histórico-crítico investiga la evolución histórica desde los textos autógrafos hasta las exégesis (o traducciones) a las lenguas contemporáneas, incluyendo el análisis de cómo llega a nuestros días. La estrategia más fructífera, para mí al menos, es aquella orientada por la teoría básica de la materia y la forma del conocimiento; es decir, el objeto material de estudio es un conjunto de textos antiguos el cual tiene múltiples aspectos o formas o perspectivas desde las cuales uno puede aproximarse sin tropezar. Un tropiezo común es mezclar aspectos y creer que se sigue pensando en el texto más que en una ideología propia que termina siendo puesta en boca de personajes literarios de hace veinte siglos, como al parecer ha ocurrido con demasiada frecuencia en la historia del Nuevo Testamento cristiano.
El método histórico-crítico suele identificar al griego clásico como la lengua original en la que fue escrito el Nuevo Testamento. Lo cual ya es interesante pues trata de personajes que en su mayoría no hablaban griego sino arameo. Quizá esos personajes, artesanos y pescadores, no sabían leer ni escribir, quizá podían escribir su nombre pero resulta inverosímil que pudieran componer textos de la calidad literaria de los textos del Nuevo Testamento. Quienes hayan redactado y compuesto esas obras textuales habrían recibido cierta educación sólo disponible para unos pocos en la Palestina del primer y segundo siglos.
«¿Qué es el Nuevo Testamento?
El Nuevo Testamento es un conjunto de escritos de origen y carácter muy diferentes que unidos entre sí forman la parte principal de la Biblia cristiana. Es a la vez un libro y un conjunto de libros. No es una obra simple, unitaria, sino un complejo de escritos que a menudo no concuerdan entre sí: cada una de sus partes muestra a veces ideas diferentes. El Nuevo Testamento es un libro de historia, pero ante todo de propaganda de una fe. A los ojos de los que no comparten esta fe el Nuevo Testamento es una mezcla de historia, leyendas y mitos de contenido religioso.
El Nuevo Testamento es casi todo él una producción anónima. Aunque cada una de sus 27 obras lleva el nombre de un autor, en realidad tal atribución es engañosa: o bien nada sabemos de tal autor, o bien la atribución es errónea. Sólo siete cartas (1 Tes, 1 y 2 Cor, Ef, Flp, Gál y Rom) llevan la marca de un mismo escritor que nos es relativamente bien conocido: Pablo de Tarso. La iglesia antigua no tuvo especial afán crítico o histórico para determinar con exactitud si los nombres de autor atribuidos al resto de las obras contenidas en su canon de Escrituras eran en verdad sus auténticos autores. ...» —Antonio Piñero. Guía para entender el Nuevo Testamento. Capítulo 1, pp. 21.
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