Friday, August 31, 2012

La fe teologal

El tema me arroba a un grado tal que me estremece desde muy hondo, lo relacionado con la religión como parte de nuestra condición humana sigue siendo un tema muy importante para mí, pues es esa condición humana lo que está aquí y ahora, y es mucho lo que nos pasa internamente, y puede ser tan vasto el espacio en la vida interior que sospecho me tomará mucho tiempo antes de tomar una posición definitiva ante lo supra-humano y lo sobrenatural. En otras palabras, para mí la reflexión sobre el ser es donde radica y permanece lo humanamente alcanzable, y ahora comprendo que mi sentido profundo de fe en el pasado se refiere a otra cosa y no a lo sobrenatural, al menos no principalmente.

Una razón adicional para este orden de prioridad es que no tengo ninguna prisa por abordar lo sobrenatural pues tan sólo cuento con un corto alcance de atención y voluntad, y lo pienso dirigir hacia lo relevante para mí ahora (lo cual abrevio como la suspensión y revisión de todas mis creencias, y conductas derivadas). El amor, la libertad, la justicia, la compasión, y muchos otros valores en una vida virtuosa son tan enormes y tan importantes que no los puedo dejar en manos del descuido, y para mí esos son los realmente importantes.

Para mí la fe teologal tiene su relevancia en el ámbito poético, pero dentro de lo humano; es simplemente cuestión de escala: lo humano es vasto y está aquí, el universo es vasto y está aquí, y, por otro lado, lo sobrenatural es elusivo y opaco. Además, hace tiempo acepté que algo tan grande como lo supremo y lo divino no puedo reducirlo a lo sobrenatural, pues lo sobrenatural me parece algo muy escaso y estrecho en comparación con lo natural; incluso la ciencia puede ofrecer más fe teologal que las insípidas y anquilosadas teologías dogmáticas. A la par, si yo soy un agente activo en el mundo natural, y puedo tener un mínimo de voluntad e interés por el bienestar en este mundo, pues entonces cualquier voluntad en las agencias sobrenaturales estará ahora mismo en plena función sin necesidad alguna de contar con mi aprobación o aceptación.

Wednesday, August 29, 2012

¿Erudición cristiana?

He dicho ya en otro momento que estos textos son más un diálogo conmigo mismo que un pregón para capturar audiencias. Lo rememoro pues mis pensamientos a continuación giran alrededor de un tema que ha permanecido en mi interés desde hace mucho tiempo, desde la adolescencia y juventud; y, sin embargo, aquel joven que fui no comparte las conclusiones del hombre de hoy. Por eso, este intento por explicar mis conclusiones de ahora, aunque provisionales y provisorias, representa una nostálgica misiva a aquel joven impetuoso que fui. Quizá para demostrarle que el cambio de opinión y el reconocerse distinto —distinto de, incluso, uno mismo en el pasado— puede representar algo de madurez, y que ésta no es un oprobio.

El tema es la Biblia en general, y el cristianismo en particular. Aquel joven afirma categórico que yo, quien no sólo ya no profeso ningún tipo de cristianismo sino que ejerzo una posición crítica ante las tradiciones religiosas abrahámicas, no tengo ningún derecho para interesarme en la Biblia ni mucho menos opinar al respecto. Pero, por mucho entusiasmo, fervor religioso e impoluta sinceridad que tenga ese joven, se equivoca pues la Biblia y el cristianismo es un tema inagotable culturalmente hablando, y concierne a quien reflexione sobre nuestro mundo hoy.

La descuidada creencia de que cristianismo es sinónimo de bondad, y que un no-cristiano automáticamente no puede ser “bueno”, es parte del problema en la cosmovisión de ese joven. Lo que pierde de vista —pues lo desconoce— es que hay más, mucho más, en el cristianismo de lo que nos han dicho “oficialmente”, y que si su interés está en lo positivo del cristianismo, y no sólo en las tradiciones, entonces ese interés podría, optativamente, llevarlo afuera del cristianismo como una forma de liberación de sus grilletes doctrinales y dogmáticos, en búsqueda de diversos y más amplios horizontes de aquello que hay de positivo en el cristianismo —que ya en tal caso la etiqueta “cristiano”, con sus humos de supra-humanidad, pierde su relevancia pues lo que importa es sólo lo humano y lo que a este le ocurre.

La lectura literal e ingenua de la Biblia es otro problema en la cosmovisión religiosa de este joven pues lo restringe a un esquema muy reducido de interpretación, esquema donde la torpeza encuentra un prolífico caldo de cultivo. Un ejemplo paradigmático de este problema se observa en una reacción típica en este joven ante la crítica de su ignorancia: afirma que “Dios prefiere a los incultos y que Dios desprecia a los sabios y entendidos en este mundo.”

Por otro lado, la presunción de haber alcanzado una erudición sobre la Biblia, tal que justifique las mismas descuidadas creencias que ya tenía previo a dicha erudición, representa un problema adicional en la ideología de este joven, quien con su exacerbado entusiasmo quisiera comerse el mundo de un solo bocado. Mientras que la diversidad de opiniones entre los eruditos, en su alta cultura, tan sólo es una de las fuentes de la diversidad en el cristianismo; es decir, presentar a la erudición como sostén de una sola perspectiva es sencillamente la prueba de no contar con esa supuesta erudición pues ésta implica amplitud de miras y no el hábito de obcecar. Por lo que la erudición, también, puede llegar a ser una trampa si se malinterpreta su propósito.

Investigar sobre el trabajo diverso de los eruditos de la Biblia ha sido un factor más en el cambio en mi manera de interpretar el cristianismo, visto en su contexto más amplio dentro de las tradiciones religiosas abrahámicas. El trabajo de los eruditos en relación con la población en general asemeja la relación, durante la época navideña, entre padres de familia, sus infantes hijos y los regalos que aparecen en la mañana de Navidad o el día de Reyes, y que representa un juego inofensivo. Pero la semejanza aplica muy poco al considerar las implicaciones de jugar con el sistema de creencias que determina la cosmovisión y conducta de personas adultas en la población en general.

Bastó un corto tramo en mi investigación para llegar a preguntarme: ¿por qué todo esto no se dice claramente desde los púlpitos y se discute entre la feligresía? Las respuestas y posiciones de los eruditos, y de no eruditos, al respecto no dejan de sorprenderme, pero también me ha quedado claro que si la persona sentada en una iglesia no es quien se interesa por ampliar, por sí mismo, su entendimiento sobre su religión entonces no hay cantidad de erudición, aun proclamada con potentes altavoces, que pueda ayudar a ese feligrés a mejorar su manera de interpretar su propio esquema de creencias religiosas.

Por ejemplo, el grueso de la feligresía del cristianismo no suele participar en los activos debates que hoy en día aún ocurren entre los eruditos al respecto de los cambios hechos en los manuscritos bíblicos por mano de los escribas y copistas a lo largo de los siglos, aun cuando en esos debates están implicadas sus creencias más básicas, como la divinidad de Jesucristo, las discrepancias textuales que impiden afirmar una sola divinidad suprema o monoteísta, el papel de la mujer o del homosexual en la religión cristiana, el placer sexual fuera del matrimonio, la libertad de conciencia, la epistemología de la vida sobrenatural, etc.

El hecho es que los eruditos de la Biblia conocen todo esto y conocen los difíciles problemas implicados. Los eruditos conocen íntimamente estos problemas, de arriba para abajo, y de izquierda a derecha, pues conocer esos problemas es, precisamente, su giro de trabajo. Por ejemplo, incluso quienes traducen, o revisan traducciones, a partir de manuscritos antiguos, tienen que decidir cuáles palabras del griego o del hebreo, y sus discrepantes acepciones, podrán traducir antes de siquiera empezar a pensar cómo ponerlas en lengua española o en cualquier otra lengua entendible para humanos vivos hoy. Por lo que los traductores bíblicos contemporáneos conocen y se enfrentan cotidianamente a los problemas típicos de la erudición.

No hay, entonces, conspiración alguna para mantener a las feligresías alejadas de los problemas de la erudición —por lo menos no hay conspiración por parte de los eruditos mismos. Lo que hay, quizá, es apatía para, ultimadamente, conocernos a nosotros mismos como cultura occidental.

Monday, August 6, 2012

¿Miras de cambio?

El texto Rompiendo el silencio de John M. Ackerman es, claro, para pensarlo a fondo y con amplitud, tanto como podamos. Es decir —en analogía con una organización típica de videocontenidos— aspirando a contemplar no sólo un cuadro estático de la escena nacional, ni siquiera un solo capítulo, ni una sola temporada, sino la serie completa a escala planetaria.

Por ejemplo, el Sr. Ackerman habla de cambios, pero ¿cuáles cambios necesita el país y la sociedad humana global? El cúmulo de problemas es tan abrumador que intimida. La tarea es descomunal y de sólo pensarla amedrenta la acción individual e independiente; quizá por eso es más común nuestra tendencia gregaria. La unión hace la fuerza, dicen. No dudo, entonces, que haya buenas intenciones en los partidos políticos pero el alcance de éstos tan sólo representa un reconocimiento de ese miedo a pensar con amplitud, y parece que debiéramos conformarnos con la sesgada visión de sus “soluciones”. Por tanto, el interés por el cambio necesita ser, también, un interés por la amplitud de miras y no sólo por tomar turno para mamar de la ubre del poder —lo digo por aquellos que promueven el cambio pero tan sólo el cambio que los beneficia en lo personal.

Además, el Sr. Ackerman dice que #YoSoy132 habla por todos al rechazar una imposición presidencial. Pero es evidente que no todos la rechazan pues algunos que la prefieren lo hacen calculando, como Karl Marx, que el beneficio de unos pocos eventualmente se traduciría en el beneficio para muchos. Hipótesis ya por demás refutada por la historia y por la reflexión en ciencia político-económica. Por lo que decir que #YoSoy132 habla por todos es, por decir lo menos, exagerado. ¿Quién habla por quienes calculan que no sólo esa imposición es inaceptable sino toda forma de gobierno que mantenga estructuras formales de comando y control estratificado sobre la sociedad?

El Sr. Ackerman, muy atinadamente, dice:

«No podemos confiar en las instituciones estatales o la clase política para lograr las transformaciones profundas que necesita el país. Todos debemos poner nuestra parte...»

¿Por qué no podemos confiar? Pues (1) porque la confianza requiere, como base, un patrón de conducta y de frutos que sirvan como su justificación, y la simulación de dichos resultados, pregonada como si fuese de proporciones reales, no alcanza más que para enajenar al hombre-masa. Por lo que, desafortunadamente, la práctica actual del concepto de Estado nacional procura más su auto-preservación y la perpetuación de sistemas político-económicos caducos que la construcción de una base participativa real sobre la cual los gobernados pueda sostener su confianza. Y (2) porque la ausencia de poder público —que no de violencia policial, lo cual es muy distinto— es una evidencia de que tal confianza dejó de existir.

¿Cuál es la parte que debo contribuir para las transformaciones profundas de las que habla el Sr. Ackerman? Pues una, por imperante necesidad, es la educación. Pero no me refiero a ese remedo de “educación” que representan los sistemas escolarizados que ayudan más a adoctrinar al individuo que a liberarlo, sino a ese hábito de aprender, desaprender y reaprender de continuo; a esa estrategia pedagógica general del filosofar, al cambio y a la mejora de conciencia por el individuo mismo; en una palabra: autoeducación. Esa es, en sí misma, una muy positiva contribución a la sociedad.

De otro modo, sin autoeducación, es aun más difícil que lleguemos a considerar y a analizar otras formas y procesos de diseño sociocultural. Y estaríamos condenados a permanecer ciegos al no tener nada contra lo cual comparar este sistema sociopolítico y cultural del cual somos todos parte.