Saturday, October 25, 2014

Mentalidad

Por fortuna se da el caso de personas que para cuando alcanzan la edad adulta el adoctrinamiento escolar, religioso, socioeconómico o político aún no ha endurecido por completo su mentalidad, ni la ha tornado del todo rígida, inflexible e incapaz de pensamiento libre y crítico. Tales personas incluso pueden ejercer la reflexión filosófica, o al menos pueden entender qué es. Por fortuna, su carácter no está definido por aquella reacción de sentirse inmediatamente ofendidas si alguien se atreve a cuestionar sus opiniones o a estar en desacuerdo con ellas, como si expresar una opinión distinta a la suya fuese la peor de las groserías. Por fortuna es aún posible encontrar personas que no defienden opiniones con el absurdo pretexto de que son “suyas”, sino que están dispuestas a evaluarlas.

Aspiro algún día llegar a ser parte de esos casos afortunados.

Tuesday, October 14, 2014

Los valores

Llegó a mi atención un artículo intitulado: “Economía perversa, sin valores.

¿Sin valores? ¿Cómo podría ocurrir una economía sin valores?, ¿o una vida humana sin valores? Aún no he visto eso. Quizá el asunto es que quien acusa no ejerce el mismo sistema de valores que otra persona o grupo social, pero de que esa otra persona o sociedad ejerce algún sistema de valores es algo innegable. Podrán no ser los valores que al autor del artículo le cuadran, pero no por eso dejan de ser valores de algún tipo.

El tema me recuerda otra frasecita ingenua: “¡Aquí formamos en valores!” —No me cabe duda de eso, pero no podría ser de otra manera pues incluso para levantarse de la cama cada día se necesita ejercer algún sistema de valores. La misma frasecita implica un sistema de valores, uno donde la axiología no parece tener otro lugar que la inopia.

Si el relativismo cultural es falso o ilusorio entonces no todos los sistemas de valores son iguales ni todos tienen finalidades similares, sino que se hace ineludible la evaluación de cada teoría axiológica por su aportación a una posible objetividad —entendida como intersubjetividad— de lo valioso. Una objetividad donde las descuidadas nociones implícitas en “mis valores son mejores que los tuyos” resulten inválidas.

Por otro lado, si el relativismo cultural es real entonces lo será no como posición definitiva y acabada, sino como postura crítica ante los atropellos de lo que mañosamente se encubre detrás de discursos demagógicos rebosados de palabras como “libertad”, “democracia”, “paz”, “verdad” y que, en los hechos, sólo busca avanzar agendas de intereses privados.

Sunday, October 12, 2014

¿A inicios o a finales de la empresa científica?

Recién en una breve opinadera (que no debate) sobre los alcances de la ciencia para comprender el mundo se mencionaron dos nociones que llamaron mi atención.

Los siguientes dos enunciados en particular llamaron mi atención pues no concuerdan con muchas epistemologías actuales; es decir, esos enunciados no están dentro del mínimo común denominador de las corrientes epistemológicas contemporáneas, sino sólo dentro de un pequeño grupo de epistemologías que yo llamo «escolares».

(1) “Todo se basa en la observación del comportamiento del universo.”

Asumo que aquí no hay referencia al realismo ingenuo sino a la experimentación como base de evaluación de las teorías científicas; aun así, la ciencia no sólo es empirismo, sin ejercicio teórico (racionalismo) la ciencia no puede tampoco lograr sus cometidos. En otras palabras, la observación no es suficiente y mucho menos es el “punto de partida” de “el método científico”. Un breve párrafo al respecto: Scientific approach, Philosophy of Science by Mario Bunge.

 

(2) “…el máximo porcentaje de certeza al que puede aspirar la Ciencia es el 99.9%...”

¿Se puede saber cómo fue calculado ese porcentaje? ¿99.9% de qué? ¿No es acaso precisamente ahí donde está la desproporcionada pretensión que muchos denuncian como el dogmatismo de ciertas comunidades “científicas” por intentar apropiarse casi de la totalidad de lo cognoscible? A este tipo de epistemología la llamo «escolar» pues puede tomarse como el juego que algunos adultos hacen con infantes: les relatan algo incompleto o distorsionado para proveerles una oportunidad para descubrir por sí mismos la realidad del asunto. También la llamo «escolar» pues esa noción de que lo “científico” casi (99.9%) tiene todas las respuestas corresponde a inicios del siglo pasado, y lo impartido en las escuelas suele estar atrasado como un siglo más o menos. ¿No acaso precisamente eso es lo que decían algunos científicos de hace un siglo, i.e., Phillip von Jolly o Lord Kelvin, en los albores del siglo XX, que la ciencia había ya descubierto casi la totalidad de lo que es posible saber? Me pregunto cuánto habrían cambiado ellos su opinión si hubiesen tenido oportunidad de constatar lo ocurrido con la física cuántica y el horizonte de incertidumbre que plantea, o con la cosmología contemporánea que propone a la suma de materia y energía, compuesta de los átomos hasta ahora conocidos, en un dramático 4 o 5% dados los espacios intergalácticos.

¿No acaso la totalidad de la historia de la empresa científica apenas representa unos cuantos pasos de bebé, y la mayor parte de su cometido está aún por realizarse? Por lo que una pregunta pertinente para nosotros, personas comunes y corrientes, es: si no es hoy ¿cuándo será el momento oportuno para indagar la profundidad y la amplitud de nuestro analfabetismo científico-filosófico?

La última sesión de Freud

Una obra de teatro contiene personajes y escenas que resultan propicias para el espectador; en general es lo que ocurre con el contenido de las Bellas Artes. De eso propicio va mi nota «El arte como molde», sobre la expresión artística como un molde básico, como una estructura propuesta por el autor para que el espectador complete los espacios pertinentes con su propia vivencia personal.

El caso de la obra «La última sesión de Freud», en el Teatro Helénico, no fue distinto pues ocurren diálogos, tanto por Freud como por Lewis, que resultan muy propicios para mí, para diferentes etapas y perspectivas personales.

Por ejemplo, en uno de los momentos más crispados de la conversación, en respuesta a la explicación de C.S. Lewis sobre su firme creencia en un ser superior, Freud grita exasperado:

“Sólo tengo una cosa por decirle profesor: ¡Madure!”