Sunday, November 9, 2014

¿Revolución?

¿Revolución?, ¿de qué tipo? Sí, revolución social es lo pertinente, pues aún no ha ocurrido una revolución social en este país, pero no una revolución violenta, enajenante, sino una revolución en la escala social más básica: el individuo. Una revolución de tipo intelectual, del tipo de revolución que puede moverme un paso o dos hacia afuera del analfabetismo político y socioeconómico; es decir, una revolución cultural —o, debo insistir, una revolución del autocultivo y de la retrodidáctica.

Por analogía, si la apicultura es el arte y la ciencia de cultivar abejas, entonces necesitamos mejorar el arte y la ciencia de cultivarse a uno mismo. Es imperativo que la abejita trabajadora que soy cobre, poco a poco, más conciencia del cultivo del que ha sido objeto. No hay conspiración alguna, repito, yo no sé de ninguna conspiración perversa en contra mía. Lo que sí hay son los procesos normales de cómo funciona la cultura. Mi mentalidad, mi talante cultural actual, son resultados de esos procesos. Lo que propongo es que para mejorar la capacidad personal para participar de esa pertinente revolución es necesario que la persona tome más conciencia de esos procesos y de lo que han hecho de ella.

Si los problemas y las insuficiencias en la sociedad siempre fuesen por completo explicadas al apuntar las deficiencias en los otros y no en uno mismo, entonces el individuo nunca tendría razón alguna para considerar que quizá su participación en los problemas es mucho más que una participación indirecta, o incluso para considerase como parte de la causa raíz de tales problemas. Un ejercicio histórico incluye identificar cómo otros han superado sus deficiencias, y eso puede servir para aplicar patrones similares a las deficiencias del presente. Si el individuo carece del hábito de ese ejercicio histórico, de esa perenne investigación, entonces se podría explicar por qué permanece inconsciente de su nivel de participación en los dolores sociales a su alrededor.

La investigación de los problemas que nos aquejan suele ser parte del inicio de su solución. Las posibles soluciones no pueden siquiera iniciar su gestación histórica sin primero reconocer cuál es el problema, o si acaso existe un problema. Un análisis de nuestras propias opiniones incluye identificar sus deficiencias y cómo llegaron ahí en primer lugar; es decir, incluye revisar el recorrido histórico personal con un escrutinio sistemático que las explique no como infortunios circunstanciales sino como parte de un diseño cultural explícito. En otras palabras, algunas de nuestras deficiencias pueden ser deficiencias del ambiente cultural en el que hemos estado inmersos y para reconocerlas con claridad será necesario aprender a desencajarse de ese ambiente y aprender a analizar procesos culturales con mayor amplitud. Si un individuo quiere participar de la gestación de soluciones a los problemas de la sociedad, entonces puede considerar el hábito de la investigación histórica como un ejercicio de introspección.

Por supuesto, semejante proposición implica una especial dedicación a la capacidad personal de dar cuentas del estado de la sociedad de la cual uno es parte. Sin esa estima entonces se pueden explicar algunas reacciones típicas en esta nuestra «sociedad del espectáculo» ante mi proposición: “…eso está muy bien pero desgraciadamente no es práctico y resulta irrealizable dadas las presentes condiciones pues no podemos poner a todos a estudiar historia.” Reacciones como esa, desde un paternalismo ramplón, ponen a la desgracia como la raíz del asunto, como la excusa principal, por la cual el cambio, o el inicio del cambio, no es realizable. No dudo que haya desgracias que impidan exigir el cambio en algunos casos, pero cuando esas displicentes reacciones provienen de personas con los recursos necesarios y que están lejos de ser casos desgraciados entonces esas reacciones tan sólo son parte del problema y no de posibles soluciones.

¿Cómo interpretar esta atroz realidad nacional sin tropezar con las mismas piedras del pasado? No lo sé. Quizá el tropiezo sea más propicio que la indiferencia, por lo que intentar esa revolución cultural personal es el paso que intento dar.