Friday, May 5, 2017

Los colores no existen

Afirmar «Los colores no existen» es un intento por provocar una reflexión más detallada sobre el asunto. Los colores existen, claro está. Pero su modo de existencia quizá no es el mismo modo que tiene el mundo afuera de la percepción humana. Los colores, se puede decir, son un tipo de alucinación creada por nuestro sistema nervioso.

¿No acaso resulta sorprendente, y quizá abrumador, que algo cuya realidad se nos presenta tan evidente resulte ser sólo una apariencia ilusoria?

Los colores existen, así es, pero existen en relación directa con algún sistema nervioso, e.g., el sistema nervioso humano. Pero no existen como tal en el ámbito físico donde ese sistema nervioso habita.

El cuadro en la imagen parece mostrar dos colores distintos, pero la realidad de esa interpretación sólo reside en un sistema nervioso; es decir, la existencia de esos dos colores sólo depende de la manera en que un sistema nervioso los percibe, tales dos colores no residen *en* el cuadro sino *en* el observador:

Si se cubre la línea negra del centro, y se observa con cuidado, ¿cuántos colores se perciben ahora?

Este ejemplo –quizá trivial– ofrece la oportunidad para entender una premisa del pensamiento crítico: la más frecuente causa de autoengaño es el desconocimiento de uno mismo; o como dice Tizoc: «...tú no me engañates, el indio tarugo se engañó solito.»

El tema da para mucho. Una afirmación absoluta como «Los colores no existen» pretende provocar alguna revuelta: una especie de invitación a pensar en las posibles estructuras teóricas dentro de las cuales tiene sentido tal afirmación, así como para pensar en las que no tiene ningún sentido. Así, la contemplación se hace más rica, gracias a la diversidad de pensamiento.

¿Por qué decir que los colores no existen? Por ejemplo, porque el color, aunque tiene correlato en el mundo físico, es una propiedad secundaria y como tal no debe pensarse de una manera absoluta sino sólo en relación con sistemas nerviosos. Es decir, al pensar el color de algo, se debe pensar también que no sabemos cómo es la realidad cromática de ese algo. Tal realidad bien podría ser incolora. El color sólo está en la percepción. Al saber el color de algo sabemos más de cómo somos nosotros que sabemos de cómo en realidad es ese algo. Tal afirmación, entonces, es dogmática de manera provisional; es decir, para aprovisionarnos de un atisbo que nos ayude a interpretar mejor la realidad de lo percibido; esa afirmación dogmática provisional puede servirnos para interpretar la realidad de una manera menos dogmática.

Tuesday, April 25, 2017

El color no existe

Una de las cuestiones que para mí encierra lo interesante del caso es: ¿cuán confiable es nuestra *percepción* de la realidad? Es decir, una cosa es la realidad extralingüística en sí y otra cosa es la percepción que tenemos de esa realidad. Ambas tienen formas diferentes de existencia. Un ejemplo curioso es la experiencia general del color. Lo subjetivo del color sólo existe en nuestra percepción; afuera de ella no sabemos “de qué color es la realidad”. La experiencia subjetiva del color es –digamos– un tipo de espejismo en el mundo simbólico humano. La ciencia nos informa sobre los fenómenos del espectro de luz visible y de sus longitudes de onda, pero en ningún lugar de esos hechos físicos reside la experiencia subjetiva del color, sólo en un sistema nervioso humano vivo —hasta donde podemos decir de manera justificada—. ¡¿No es fascinante?!

Hace algún tiempo publiqué una nota cuyo título intenté fuese revoltoso o provocador: El color no existe.

El chiste para mí de todo esto, en parte, es el hábito de cuestionar mi percepción de cualquier asunto de importancia personal. Con mucha frecuencia encuentro que tal percepción puede diferir significativamente de la realidad —misma que suele permanecer siempre compleja y siempre múltiple.

La sola posibilidad de que nuestro sistema nervioso sea incapaz de representar de manera nítida la total realidad de algo –por ejemplo, el color– es suficiente para abandonar toda falsa esperanza de contar con certezas absolutas. Por lo que decir “podría ser”, usualmente, es atinado. La percepción humana “podría ser” una alucinación controlada e intersubjetiva que funciona igual para todos los que tenemos un sistema nervioso central humano.

Wednesday, April 5, 2017

El mercado de la “auto-ayuda”

¿Qué problema hay con el mercado de la “auto-ayuda” (grupos, libros, grupos, conferencias, cursos, etc.)?

Si es lo único que está al alcance, si sólo hay de eso, pues el problema inicial es precisamente la falta de opciones. La excesiva sobresimplificación característica de los productos de ese mercado es también uno de sus principales problemas. Una consecuencia de tal exceso es un contenido disminuido que da pauta para insulsas tergiversaciones del tema en cuestión. Una analogía con la comida chatarra repleta de calorías vacías y sin substancia no está fuera de lugar: «¡Sabe a pollo, pero el problema es que no contiene pollo!»

Otro problema desde el inicio con ese tipo de “auto-ayuda”: que no conlleva el «por sí mismo» del prefijo «auto-», sino que conlleva una dependencia hacia un intermediario. Una dependencia en la que el interesado nunca accede directamente al tema en cuestión sino siempre lo hace a través de la interpretación del intermediario.

No tengo problema con el hecho inevitable de depender de otros. Pero una dependencia malsana, permanente y abusiva, sí representa un problema para mí. Un intento permanente por hacer pasar la mera apariencia como si fuese realidad no representa ayuda alguna, sino un deterioro de la situación típicamente en perjuicio de quien se supone necesita ayuda. Peor aún cuando esa mera apariencia se vende con la etiqueta de “lo mejor” o “lo más práctico”. ¡Ojalá hubiese pragmatismo en el asunto! Pero no lo hay, tan sólo superficialidad y en algunos casos negligencia.

Estaba pensando en ejemplos. Tengo varios. Un rasgo común en esos ejemplos es que nos quedamos satisfechos con alguna respuesta y dejamos de preguntar o de cuestionar el asunto. Podría decir que elegir de manera permanente la superficialidad es parte de la raíz de los problemas con el mercado de la “auto-ayuda”.

Sunday, March 26, 2017

Arte como espejo

«Sir Ko» es una obra de arte teatral que ofrece muchos espacios al espectador para su propio ejercicio de interpretación estética. En esta obra, una ficción teatral, el arte logra su parte, su papel, de reflejar algo de la realidad. Con este arte uno sí puede verse reflejado y, por tanto, puede uno avanzar en esa responsabilidad personal de conocerse a uno mismo.

http://www.teatrounam.com/teatro/cartelera/sir-ko

Otras reflexiones, por ejemplo, sobre cómo, en parte, funciona el arte en relación con ficciones articuladas:

El arte como molde

Realidad y ficción

El arte como reflejo

El arte como espejo puede servir para conocerse a uno mismo. Por ejemplo, al contemplar una ficción literaria, como las obras de la literatura universal, uno puede encontrarse en algún personaje y encontrar la otredad en otros personajes. Si el autor logra una descripción convincente sobre algo de lo humano, entonces el lector –que es humano— se reconoce a sí mismo y a otros en dicha obra.

Sunday, March 19, 2017

Fe como sentimiento

Hay muchos tipos de fe; por ejemplo, los que menciono en mi nota «Arquetipos de fe». Hay otro tipo de fe en el que he estado reflexionando: la fe como sentimiento. Esta fe como sentimiento es quizá la que me llevó a profesar una forma de judeocristianismo radical cuando yo tenía veinte años. Decisión que incluyó el rito del bautismo por inmersión. Mi conversión a esa forma particular de judeocristianismo, para mí, significó una consagración total para profesar votos religiosos de una categoría muy particular. A esa edad no sabía cuál categoría era esa, pero ahora podría decir que esos votos fueron para consagrarme a una vida ascético-militar. Una vida en donde la negación de sí mismo y la total obediencia a una estructura jerárquica eclesiástica eran las principales directrices.

Ahora entiendo, a todas luces, que tales son rasgos de una secta religiosa abusiva. Por supuesto, a esa edad no lo veía de esa manera, sino, por el contrario, lo veía como “una familia” a la que quería pertenecer sobre la pura base de una fe como sentimiento.

Hay un tipo de estado psicológico que lleva a alguien a interpretar la realidad como algo que no es. Que lleva a exagerar cualidades y a encontrar virtudes donde no las hay. Que acepta como virtud aquello que en realidad es vicio. Me refiero al enamoramiento. Alguien enamorado es capaz de cometer todo tipo de estupideces. Alguien enamorado está enajenado e inerme ante la persona o ante la ideología que le ha embelesado. Alguien así es capaz de aceptar y obedecer ciegamente todo tipo de creencias. Creencias que acepta sin cuestionar pues su facultad crítica está adormecida por la enajenación del enamoramiento.

La fe como sentimiento es un tipo de enamoramiento. La fe como sentimiento es lo que parece haberme ocurrido durante mi época de sectarismo fanático-radical judeocristiano. En retrospectiva, encuentro muchos rasgos que parecen encajar en este diagnóstico. Varios sucesos en los años antecedentes –durante mi adolescencia– encontraron su contrapartida o su respuesta en ese año –1990– de mi bautismo por inmersión: estaba enamorado de una imagen idealizada de Jesucristo, la cual vine a encontrar con plenitud en esa forma particular de judeocristianismo.