Sunday, March 19, 2017

Fe como sentimiento

Hay muchos tipos de fe; por ejemplo, los que menciono en mi nota «Arquetipos de fe». Hay otro tipo de fe en el que he estado reflexionando: la fe como sentimiento. Esta fe como sentimiento es quizá la que me llevó a profesar una forma de judeocristianismo radical cuando yo tenía veinte años. Decisión que incluyó el rito del bautismo por inmersión. Mi conversión a esa forma particular de judeocristianismo, para mí, significó una consagración total para profesar votos religiosos de una categoría muy particular. A esa edad no sabía cuál categoría era esa, pero ahora podría decir que esos votos fueron para consagrarme a una vida ascético-militar. Una vida en donde la negación de sí mismo y la total obediencia a una estructura jerárquica eclesiástica eran las principales directrices.

Ahora entiendo, a todas luces, que tales son rasgos de una secta religiosa abusiva. Por supuesto, a esa edad no lo veía de esa manera, sino, por el contrario, lo veía como “una familia” a la que quería pertenecer sobre la pura base de una fe como sentimiento.

Hay un tipo de estado psicológico que lleva a alguien a interpretar la realidad como algo que no es. Que lleva a exagerar cualidades y a encontrar virtudes donde no las hay. Que acepta como virtud aquello que en realidad es vicio. Me refiero al enamoramiento. Alguien enamorado es capaz de cometer todo tipo de estupideces. Alguien enamorado está enajenado e inerme ante la persona o ante la ideología que le ha embelesado. Alguien así es capaz de aceptar y obedecer ciegamente todo tipo de creencias. Creencias que acepta sin cuestionar pues su facultad crítica está adormecida por la enajenación del enamoramiento.

La fe como sentimiento es un tipo de enamoramiento. La fe como sentimiento es lo que parece haberme ocurrido durante mi época de sectarismo fanático-radical judeocristiano. En retrospectiva, encuentro muchos rasgos que parecen encajar en este diagnóstico. Varios sucesos en los años antecedentes –durante mi adolescencia– encontraron su contrapartida o su respuesta en ese año –1990– de mi bautismo por inmersión: estaba enamorado de una imagen idealizada de Jesucristo, la cual vine a encontrar con plenitud en esa forma particular de judeocristianismo.

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